La Batalla por la vida de José Carrera

El diagnóstico de una metástasis pulmonar, hepática y ósea enfrentó a este campesino de Curacaví ante el dilema mayor de su vida, aceptar una quimioterapia con resultados inciertos o aferrarse a la tierra como única esperanza.

Hombre robusto y humilde, que comparte nombre con el prócer de la Independencia y que creció al pie de la vaca, consumiendo litros de leche, mantequilla, queso y carne a destajo, fiel a las tradiciones rurales, hoy se alimenta únicamente de frutas y vegetales.

Cambió su dieta y su vida de un día para otro. ¿Los resultados? Están por verse. Esta es su historia, una historia, sobretodo, de fe.

C. G. M.

Sin anestesia, preámbulo ni empatía. Le dieron el diagnóstico como quien receta aspirinas para los síntomas de una gripe: “Metástasis pulmonar, hepática y ósea”. José Carrera, 54 años, campesino, nacido y criado en las calurosas y polvorientas tierras de Curacaví, no entendió.

En el sistema público de salud no hay tiempo para delicadezas. “El cáncer se ramificó, lo voy a derivar a oncología”. No conocía a quien le dio la noticia, quería hablar con “su” médico tratante del Hospital San Juan de Dios, pero no pudo. La oncóloga del recinto no fue más sutil. “Si quiere vivir un poco más: quimioterapia y radioterapia, no hay nada más que hacer”.

Salió aturdido. El cáncer pulmonar por el que fue operado en 2009 se había expandido. Pensaba en los tres años que había estado bien, controlado periódicamente…, pero ya no. Su mujer, Purísima, recuerda que la especialista fue más radical. El escenario no era alentador ni siquiera con quimioterapia, lo mejor era aprovechar el tiempo, pero si él quería realizar el tratamiento, ellos no podían negarse. El debía decidir.

No recuerda si fue a fines de septiembre o comienzo de octubre de 2012 cuando empezó su tragedia.

Acostumbrado a los quehaceres duros del campo, levantarse al alba para aprovechar de trabajar en las horas frescas de la mañana, don Pepe, como le dicen algunos de sus muchos conocidos, no lograba concentrarse en nada.

El hombre que lleva el nombre del más famoso de los Hermanos Carrera, pero que de aristocrático como el prócer independentista no tiene nada, trabaja desde que tiene memoria en el campo.

Su rutina de llegar cerca de las 4 de la mañana a la primera parcela que cuida en un condominio privado, cuya entrada se encuentra literalmente separada de su casa por la Ruta 68, comenzó a ser cada vez más difícil. Allí sus labores de cortar el pasto, hacer la mantención de la piscina, controlar los riegos, la poda cuando corresponde, además de limpiar  y rastrillar hojas de terrenos que van de 5 mil metros a 1 hectárea, debían prolongarse hasta las 8 de la mañana. Luego, tendría que marchar a la siguiente parcela, para realizar las mismas tareas hasta el mediodía.

SIN SALIDA

En su pequeña casa de madera, pegada a la caletera que la separa de la ruta que une Santiago y la V Región, son cuatro bocas que alimentar. Ahora cinco, pues su suegra ya mayor vive también con ellos. Tiene un hijo de 10 años, Rodolfo, que nació inesperadamente luego de Giarella, quien ya cumplió 18 años.

Su mujer aporta dinero al presupuesto familiar principalmente en verano, cuando puede trabajar de nana durante el veraneo de los parceleros del condominio, y los fines de semana cuando los mismos la llaman para atender eventos familiares; asados o cumpleaños. Además, tiene un hijo de 25 años que no vive con ellos, con dos niños pequeños, cuyos gastos no logra cubrir y al que don Pepe ayuda no pocas veces.

Para llegar a fin de mes, algunas tardes de la semana también asiste a una tercera parcela para hacer tareas menores. Pero lo que más le gusta, lo que en realidad deja plena su alma de campesino, como él mismo se define, es lo que hace en el tiempo que le queda: preparar la tierra, sembrar y cosechar la media hectárea que un familiar le pasa para ayudarlo. Después vende sus productos, zapallos, papas, tomates, sandías, lo que más convenga según se haya dado el tiempo, la oferta de semilla o alguna que otra consideración.

Este año tenía lista la tierra para plantar melones. Había encargado a un conocido 15 mil plantitas para mediados de septiembre de modo que la cosecha saliera para fines de enero. Entre tanto, corta leña y la arrima en el pequeño antejardín de su casa para vender durante el invierno.

El hombre por empeño no se queda, pero el año pasado no pudo. Desde que le dieron la noticia, su mente normalmente calma y serena ante el paisaje verde y terroso de la zona que conoce como la palma de la mano, se movía alterada y nerviosa. De noche, no podía dormir, se daba vueltas de un lado a otro de la cama, pensaba y pensaba, lloraba escondido de la familia y la familia lloraba escondida de él.

Desesperado. Así se sentía y no pocas veces, mientras aspiraba alguna de las piscinas que debe mantener, pensó en suicidarse. No veía salida alguna y para qué alargar una agonía que tarde o temprano llegaría. Logró mantener su rutina de trabajo sin decir nada a sus patrones un mes y medio, mientras lentamente sucumbía a la depresión y al miedo.

José Carrera es un hombre macizo. Anda cercano al 1.80 metro y pesaba 100 kilos, pero en esos días era pura fragilidad. Lo rescató su mujer y lo arrastró al consultorio del pueblo de donde salió con antidepresivos que lo salvaron de una adoptar una decisión sin retorno. Con licencia médica y destino incierto volvió a la casa sin horarios que cumplir.

LA DISYUNTIVA

No hubo tiempo para pensar en los sueños que veía desmoronarse sin remedio. Dejar de jardinear  lo ajeno y dedicarse solo a la agricultura. En su vida ha pasado por muchas pegas. Trabajó en camiones sacando y transportando áridos y antes, por 9 años, sembrando y cosechando, pero como parte de los ensayos de una estación experimental que tenía la Universidad Católica, donde se probaban semillas, abonos, fertilizantes y químicos.

Su anhelo del campo propio, se veía demasiado lejos ya.

Aún debía enfrentarse a la disyuntiva de si tomar o no el tratamiento propuesto, la radioterapia y quimioterapia. “Es lo que hay”, le había dicho la oncóloga, “una opción que tiene si quiere vivir, pero no hay garantía de nada”.

Claro que esa “opción” tiene mala fama. Y él lo sabía, ha visto como la gente se deteriora y luego, poco a poco, cuando la enfermedad ha ganado demasiado terreno, que parecía ser su caso, desaparecen. Él no quería eso.

Debía tomar seis sesiones, cada una por un valor de 150.000 pesos. El es beneficiario de Fonasa, pero el cáncer pulmonar no está ni dentro de las patologías del Plan Auge; otros cánceres sí, el testicular, el de mamas, éste no. Será porque creen que el cáncer pulmonar se lo hace cada uno fumando sin conciencia alguna, libremente. Don Pepe, recuerda, no se fumaba una cajetilla a la semana. Muy poco, considera él. La noticia de su cáncer llegó tras una neumonía difícil que luego reveló un pequeño tumor. Ante el hallazgo los médicos le extirparon la mitad del pulmón izquierdo.

“Vaya a la Municipalidad, converse con la asistente social”, le recomendaron en el hospital para reunir la plata de las quimioterapias. El tiempo corría, aceptó someterse al tratamiento y le dieron hora para la primera sesión mientras pensaba cómo juntar el dinero.

Era diciembre. Su hija de 18 años egresaba de cuarto medio del Liceo Presidente Balmaceda, de Curacaví. Lumbrera y esperanza de la familia de pegarse un salto social, quizás. De promedio 6.9, uno de los sueños de “la hija”, como le llama él, es generar tanto dinero alguna vez que le permita tener una nana que la atienda a ella y atienda su casa. Giarella creció viendo marcharse a su mamá a limpiar las casas de otros, mientras ella debía limpiar la propia y ocuparse de su hermano chico, como aporte al esfuerzo de los padres por salir adelante.

Por esas cosas del destino, la graduación se topaba justo con la primera quimio. Carrera canceló. La emoción de ver a su hija finalizando un ciclo, egresando con la promesa de un mejor futuro no era transable; José Miguel, el mayor, sólo llegó a segundo medio. En el Hospital quedaron de llamarlo para asignarle una nueva hora.

EL CAMBIO TOTAL

De pronto, sin aviso, su vida se había transformado en un carrusel emocional. La incerteza del tiempo disponible para seguir con los suyos, la proximidad de la Navidad y Año Nuevo, inevitable pensar si podrían ser los últimos, el miedo a la muerte. Al mismo tiempo, la fuerza del amor por su mujer, sus niños, su tierra.

Poco a poco, comenzó a abrirse a sus conocidos. “Tengo cáncer, sí. Y está ramificado”. El encargado de la ferretería de La Aurora, el condominio donde él ha trabajado por 18 años, le comentó de un parcelero que se había curado una metástasis pulmonar sin quimioterapia. Una esperanza.

Este señor, cercano a los 70 años, lo invitó a su casa y le contó de una terapia con vacunas, baños de barro y comida sana. Un cambio total.

El Pepe creyó.

Así como el tratamiento tradicional con quimioterapia no le convenció nunca, de inmediato le hizo sentido aferrarse a los frutos de la tierra que tanto ama y a la que ha estado ligado desde siempre. Le dijo este hombre sano que una vez fue enfermo que debía tener voluntad, pues requería deshacer los hábitos de una vida entera y adoptar otros.

Sólo frutas y verduras, nada de carne, ni lácteos. A él, que tantas veces contó de los litros y litros de leche al pie de la vaca con que se crió, leche entera, con todo la crema, y de lo bueno para la mantequilla, el queso y la carne que era (“en la casa no se puede cocinar sin carne”), se le proponía cambiar de vida.

Pidió hora con el doctor Pedro Silva Jaramillo, neurólogo e internista de la Universidad de Chile, pionero de la medicina natural en Chile, el mismo que atendió a su “amigo” parcelero.

Efectivamente, el tratamiento propuesto consistía en utilizar solo agentes naturales y terapias complementarias no invasivas.

Frutas y verduras, sin límites, todo crudo. Semillas: chía, linaza. Cereales: avena, quínoa. Legumbres, algas. Nada refinado, arroz, pastas y pan integrales; cero azúcar, solo stevia. Sal de mar, únicamente aceite de oliva. Nueces, almendras. Lácteos y derivados desterrados, lo mismo todo tipo de carnes. Y una dosis diaria de 4 gramos de vitamina C. Té verde y té de rosa mosqueta, aguas de hierbas.

Además, debería someterse a un tratamiento de Inmunoterapia, en el que se aplican dos preparados a modo de vacuna, uno elaborado en base al plasma sanguíneo del propio paciente y otro con un antígeno inactivo de estafilococo. Tendría que inyectarse de lunes a viernes, los dos frascos por tres meses y repetir cuatro veces; es decir, un año.

EL REGALO Y LOS HERMANOS BUSTOS

José Carrera, el campesino, que cursó estudios hasta octavo básico, salió de la consulta aliviado. En eso sí creía. El médico le había reconocido lo beneficioso que había sido no someterse al strees y el desgaste que provoca la quimioterapia y él se sintió reafirmado en su intuición de hombre básico.

Como afiliado a Fonasa, tenía un descuento para la inmunoterapia. Cada dosis para tres meses salía 120 mil pesos, más agujas y jeringas, cerca de 125 mil. ¿Cómo conseguir la plata, rápido?

Las semillas bien sembradas dan frutos, casi siempre.

Carlos, el ferretero, volvió a encontrarse con Pepe, supo de sus ganas de someterse al tratamiento y sabiendo que el tope no era más que el dinero, se metió la mano al bolsillo y le regaló la primera dosis.

Como ése, en este tiempo ha sabido de muchos afectos. Seguramente en lo interno lo emocionan, pero sigue siendo un hombre rudo pese a los 15 kilos que ha bajado desde que inició la dieta. Mucha gente lo quiere, se ha dado cuenta ahora.

Entre los viajes a Santiago, junto a su mujer o su hija, los exámenes realizados en el sistema tradicional y luego las indicaciones del nuevo tratamiento (la oncóloga que lo guía en las dietas, 25 mil; el médico tratante, 65 mil), las platas escasean. Vive con licencia hace meses y siempre se atrasan en pagarle. Tampoco falta el imprevisto, como el refrigerador malo  -en el que debe mantener las vacunas-, que se llevó un dinerito extra, entregado por Don Leo, uno de sus patrones.

Pero en el campo, aunque esté sólo a media hora de la capital, todavía la gente conoce a su vecino. Y las familias se visitan a menudo. Si hay enfermos, los van a ver y se instalan en la casa a acompañarlo el día entero. Auque la casa sea calurosa y haya que estar en el patio. Y a pesar de que en el patio, al lado de la Ruta 68, el ruido sea infernal casi todo el año y más en época estival. Acá, las redes sociales funcionan al tiro.

El evento para juntar dinero lo armaron rapidito.

Hace unos años, una prima hermana de Pepe tuvo un cáncer al estómago. Varias veces a él le tocó llevarla a las sesiones de quimioterapia que grabaron a fuego en su mente el sufrimiento que le generaban, y otras tantas veces debió acompañar chofereando a la pareja de la prima por los poblados donde tenía actuaciones. El pariente era Ismael Bustos, uno de los famosos Hermanos Bustos, los reyes de la ranchera en los campos chilenos.

Así, apenas supo, Don Ismael se puso a armar la parrilla del evento a beneficio. Bandas de la zona, populares entre los habitantes de María Pinto, Lolenco, Curacaví, subieron al escenario para cooperar. El galpón lo puso una pariente. Se cobró una entrada y vendieron empanadas, anticuchos, bebestibles. De la familia, que es grande, no faltó nadie.

Entretanto, algunos de sus cuñados juntaron otros pesitos cobrando entrada a una piscina que tienen.

FE

La gente se ha portado súper bien, cuenta contento. No sabía que lo apreciaban tanto, dice con sus frases breves y sin ahondar demasiado.

El ya es otro. “Yo me siento más tranquilo, tengo que asumir que el cáncer lo tengo y también que tengo opciones de mejorarme”. Tiene el caso de su amigo, que sanó. “Los tumores absorben la carne, la grasa, la leche y aumentan… si se bombardean con verduras se secan”, explica saliendo de su parquedad habitual.

Considerando que lo que está en juego es su vida, acostumbrarse a su nueva dieta no fue difícil. “Uno se acostumbra a todo”, dice y relata que para Navidad hasta asado le preparó a sus cuñados y luego él se sentó a comer sus verduritas.

Tiene buen semblante. Y tiene fe. Cada vez piensa menos en la posibilidad de que su pequeño Rodolfo viva la misma experiencia que vivió él, cuando a los 10 años perdió a su viejo, dejándole de herencia solo el gusto por la tierra y los surcos que él hacía en ella para esparcir la semilla de tomate, ajo o lo que fuera.

Hoy esa misma tierra que él recorrió con su padre, arcillosa en algunos sectores, le sirve para las sesiones de barroterapia que se realiza en su casa, siete días seguidos la primera vez y luego dos a tres veces por semana. “La arcilla desintoxica y purifica la sangre”, afirma.

Su Giarella, que aprendió con un pariente paramédico a ponerle las vacunas intradérmicas diarias, en marzo inició sus estudios de psicología en la Usach. Con certeza es motivo de orgullo, pero él es reservado; no dice nada. Ya en el colegio tenía una beca del Estado por excelencia académica y otro beneficio similar le permitirá pagar los aranceles universitarios.

Mientras, José Carrera, piensa esperanzado en el futuro. En el suyo y el de sus hijos. Y en la forma de hacer rendir las platas. En uno de los beneficios a su favor, el número estrella fue la presentación del humorista Charola Pizarro, gracias a la gestión de uno de sus patrones, Don Leo (Caprile). Quizás un evento con alguna otra figura de la tele o la farándula sea posible.

Ya ha pasado un año desde el diagnóstico de cáncer ramificado. Y está vivo y bien.

Del San Juan de Dios, donde iba a realizarse la quimioterapia, la llamada para re-agendar la sesión pospuesta no llegó. Afortunadamente, afirma él.