Cambió la cámara fotográfica por la biodanza. Y se declara feliz. No habla mucho de ella, pero se explaya para explicar lo que desde hace 12 años es el centro de su vida. El bulling, el abuso sexual infantil, las pérdidas irreparables, la violencia intrafamiliar, son algunos de los “dolores” que ha abordado con esta disciplina, que apuesta a crear espacios donde podamos aportar a la vida de otros, escuchar, ser escuchados y enriquecer la convivencia.
C. G. M.
Mariela Rivera trabajaba como reportera gráfica del diario La Nación cuando llegó a sus manos una revista que hablaba de la Biodanza. Y dice que le resonó la palabra, le hizo sentido el nombre. Entonces decidió estudiar, como parte de un proceso personal, primero 3 años para hacer clases y luego 2 más para formar ella a profesores. Han pasado 12 años y se emociona al repasar su historia al lado del creador de la biodanza, el reconocido antropólogo y psicólogo chileno, Rolando Toro, y al verse hoy a la cabeza de un proyecto que quiere difundir la metodología.
“En la primera sesión vi mucha gente contenta. Me emocionó de sobremanera, fue un lugar de reencuentro y renacimiento para mí, de conocimiento, de respirar y sentir la vida. Y yo quería que otros pudieran vivir lo mismo”, cuenta sobre su primera experiencia con la biodanza, que está muy ligada a los procesos afectivos y que fue justamente lo que a ella la enganchó.
Mariela, con dos hijos universitarios, bordea los 50 años. Mira de frente y aunque es muy directa para decir lo que piensa, lo hace siempre muy amorosamente. “Yo quería danzar la vida”, reafirma sin miedo a lo que puedan pensar quienes esquivan contactarse con sus emociones. Efectivamente la biodanza trabaja con ellas y con todo el mundo interno, mediado por la música y el movimiento. Hay que estar dispuesto a llorar, a mirarse, a conocerse y también a reír.
La Escuela que dirige pretende formar profesionales luego de tres años de estudios en un formato con clases un fin de semana completo al mes, además de sesiones grupales de estudios. Entrega también seminarios con especialistas en temáticas muy específicas, como antropología, violencia de género, trayectoria de la infancia, educación emocional, memoria e identidad, a cargo de personas como la psiquiatra Fanny Pollarolo y la actriz Malucha Pinto, con quienes ha hecho alianza en distintos proyectos populares.
CON NIÑOS
La biodanza no es sólo autoconocimiento. Gracias a las herramientas que entrega, Mariela ha trabajado con niñas y niños, mujeres, jóvenes y profesionales en temáticas de alta complejidad, en todo el país y también en el extranjero.
Con los niños tiene particular empatía. Desde pequeña, con apenas 8 años, reunía a los más chicos del pasaje donde vivía para enseñarles a leer, a sumar y a restar con porotos, como parte de un juego. Hoy ha sido una opción trabajar con niños vulnerables.
Entre muchos de los trabajos realizados cuenta un taller con niñas abusadas sexualmente, de entre 4 y 12 años, que probó que las vivencias integradoras de la biodanza mejoraban su autoestima.
Apoyada por psicólogas, trabajó tres sesiones a la semana: “el cotidiano era tan violento que había que estar constantemente reforzando la idea de comunidad”, dice. En el grupo, internas de un hogar, se reproducía el mismo maltrato del que habían sido víctimas, entonces el contacto entre ellas fue muy difícil y “la biodanza se hace desde ahí, desde el contacto físico”, precisa.
Para establecer el nivel de daño, el diagnóstico lo hizo con arcilla, que ellas lo asociaban “a lo sucio, lo mojado, lo húmedo”.
-Trabajé supervisada por Rolando Toro, porque era algo que no se había hecho antes, fue una experiencia pionera. Había que abordarlo de forma distinta, porque ellas tienen muchos problemas con el contacto; contacto para ellas era agresión. Lo primero fue conectarlas con la naturaleza, oler las plantas, la tierra, salir a caminar, intentar una conexión con el juego.
Al final hicieron una obra de teatro, en que lo importante no era la obra en sí, sino el rol que cada una tomó en el grupo. “Algunas se quedan en el ser tímidas, sobreactuadas o muy hipersexualizadas, pero terminan mirándose con respeto. De eso se trata, es un coach vivencial en el que se va haciendo una reparación, pero no solas sino con la comunidad en que viven”, explica.
Este aspecto es vital en la biodanza, pues vivimos en comunidad y nuestro crecimiento sólo es posible en comunidad. En el caso del bulling, por ejemplo, Rivera afirma que no sirve trabajar sólo con los niños, sin los padres y educadores.
-Los niños con vivencias desintegradoras como el maltrato, la violencia, los sobrenombres o insultos, van perdiendo identidad y reducen su autoestima, por lo tanto son incapaces de defenderse. Por otra parte, hay que trabajar con el victimario pues lo más seguro es que también esté siendo víctima en su casa u otra parte. Toro dice que la única solución es abordarlo con “vivencias integradoras, afectivas”. Esto es la vivencia del aquí y ahora, a partir de lo que uno siente en ese momento, te conectas contigo mismo, con el otro y ahí se produce la empatía.
¿Cómo se hace? Se interviene el cotidiano, dentro del horario de clases se abre un espacio para trabajar las relaciones humanas, el vínculo, pero no cualquiera, “sino uno con apellido, el vínculo afectivo, habilitador, donde se re-construye, se re-educa y comenzamos a mirar al otro como un igual, un ser humano con vida y derechos”.
Dependiendo del daño, cuenta que a veces hay que partir rehabilitando el caminar. En el diagnóstico, simplemente, los hace caminar: “Muchos parten mirando el piso, con lo hombros caídos, sin levantar la cabeza, pegaditos unos con otros, a codazos, combos o zancadillas. De ahí partimos y vamos de menos a más, levantando la cabeza y mirando, vemos colores, gente, posibilidades y ahí optamos por estar presentes”.
Poco a poco, a partir de técnicas y ejercicios creados y estudiados en más de 40 años por Rolando Toro, cada sesión va aumentando la complejidad. Y llega un minuto en que los niños adquieren una nueva manera de sentir y en que desconocen el lenguaje autoritario, por eso hay que trabajar en paralelo con padres y escuela.
Con este sistema, Rivera ha “intervenido”, hogares de la Junaeb y Junji, con talleres y jornadas por todo Chile, incluyendo Isla de Pascua y Juan Fernández, pero no sólo “re-educando” cuando hay daño, también en temáticas tan diversas como ética, liderazgo y afectividad; enseñando -como reza uno de los tantos proyectos pilotos que ha liderado- a crear “un mundo donde todos y todas queramos pertenecer”.
-Ese taller enseñaba a vivir, a ser feliz y a vincularse afectivamente. Este objetivo está completamente ausente en la escuela tradicional, no existe un espacio para desarrollar la inteligencia afectiva, donde no se vaya a aprender conocimiento, sino a expandir la conciencia y despertar el sentido sagrado de la vida.
MUJERES
Con la biodanza ha llegado a profesionales y funcionarios de hospitales y consultorios, líderes sociales de barrios y poblaciones, y mujeres. En 2007 y ante las impactantes cifras de femicidio reunió frente a La Moneda a más 300 personas en una intervención que invitaba a las buenas relaciones.
Con ellas, las mujeres, ha abordado desde el estrés hasta el comer compulsivo, talleres de desarrollo personal para el emprendimiento económico, ciudadanía y traumas post-terremoto, por la no violencia y el buen trato. Las citas de algunas mujeres sobrevivientes de violencia intrafamiliar de una casa de Acogida del Hogar de Cristo, que asistieron por 3 meses al taller, son elocuentes:
“Ya no me siento sola, quiero aprender a tratar a mis hijos con amor, sin gritos, como aprendí aquí”.
“Nunca sentí antes una mano en mi cuerpo que me acunara y me acariciara, las manos que recuerdo solo me maltrataban”.
“Lloro pues no sabía que podía sentir tanto amor al ser cuidada y lloro aún más pues nunca acaricié ni di cariño a mis hijos. Desde ahora, todas las noches acariciaré a mis negritos”.
Allí trabajó con madres, hijos e hijas, mujeres que repetían con sus hijos la violencia que habían recibido de padres y parejas. Antes ya había trabajado con otras mujeres extremadamente golpeadas, pero por la violencia de que habían sido víctimas sus padres, parejas o hijos, las mujeres de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, AFDD.
-El objetivo era que se conectaran con ellas mismas desde su ser femenino. Algo que siempre se hace en biodanza es relatar las vivencias al final de la sesión, acá no lo hicimos por un buen tiempo porque ellas no podían hablar de lo que sentían, todo giraba entorno a su familiar, no podían visualizarse más allá, sino en permanente duelo y búsqueda.
Hay una imagen en el documental de Patricio Guzmán “Chile, la memoria obstinada”, donde él muestra imágenes a una mujer de ella misma en el tiempo de la Unidad Popular. Le dice “ésa es usted” y ella incrédula le responde con una pregunta “¿Esa soy yo?”.
“Esa secuencia -dice Mariela- me conmocionó, ¿cómo pasó que dejaron de verse, de mirarse, de sentirse, de reconocerse? Eso le pasó a estas mujeres y el trabajo de 8 meses fue ayudarlas a volver al aquí y ahora, a conectarse con sus propias vivencias que habían sido relegadas.
LA CONEXIÓN
De eso trata la biodanza, sentir. Conectarse con uno mismo a partir de la conexión con las sensaciones del cuerpo. Todo ello tiene un efecto fisiológico pues se generan neurotransmisores a nivel cerebral que generan la sensación de bienestar.
“En las primeras rondas las mujeres de AFDD se miraban los pies. Aun estando en grupo, ellas bailaban solas. Pero la neurociencia dice que nosotros no crecemos solos sino que crecemos con otros de la misma especie y que tenemos que interactuar. Y la interacción tiene que ser positiva para enriquecer nuestro medioambiente y nuestra existencia. Sólo así podemos sentir la mirada, el beso del otro y ser más felices”.
La docente habla de la neurociencia -sólo se crece a partir de la relación con el otro- y de la educación biocéntrica, que no es aprender conocimiento, sino aprender a vivir, que son centrales en la enseñanza de la biodanza. Y ella lo cree firmemente. “Yo creo que desde la afectividad se pueden hacer cambios y llegar al corazón de las personas”.
Con esa premisa ha llegado con su biodanza a lugares tan distantes como Cuba y Suecia. A la isla, la primera vez viajó en 2008 a trabajar con la comunidad chilena y al año siguiente a dictar un seminario de tres días sobre Educación Biocéntrica a la Universidad de La Habana. En Suecia trató la reparación afectiva y pertenencia.
Fiel a las enseñanzas de Rolando Toro, fallecido en 2010, hoy Rivera intenta transmitir a otros lo que recibió del maestro en más de doce años, en los que fue discípula, asistente en sus clases, fotógrafa de su pequeño museo de máscaras y protagonista de largas conversaciones en que, dice, le traspasó mucha vida. “Creo que sin un peso, en el caso de gente más humilde, se pueden crear ambientes de alegría y respeto, con sentido de comunidad, pertenencia y colaboración. Pero a mi interesa trabajar con el ser humano, esta escuela no está cerrada sólo a ‘lo social’. En sectores con más recursos, también viven soledad, traumas y dificultades; la carencia está en todas las clases, chicos, grandes, homosexuales y heterosexuales, somos todos seres humanos, eso es la sacralidad de la vida”.
Correo electrónico de Mariela Rivera: elsistemabiodanza@gmail.com
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