“Slow life”: Tómate una pausa para comer y para vivir

¿Quién dice que hay que correr porque todos corren? ¿Por qué hay que engullir la comida y pararse antes de que pase por el esófago? Hay otra forma. El movimiento “Slow Food ” partió llamando a recuperar el placer por los buenos alimentos y la sobremesa con tiempo en el mundo de lo “fast” y hoy convoca al consumo local,  la agricultura de pequeña escala y sostenible, a una vida más lenta. Más que moda, sentido común.

Antes, el sabor y el aroma de los tomates eran un privilegio del que podíamos disfrutar solo en la temporada. Cuando llegaba el sol y se acercaba el verano, llegaban los tomates que daban sabor a las  «onces», después de la playa o la piscina; que acompañaban la humita y el pastel de choclo: platos sólo de verano. Llegado marzo, empezaban a desaparecer.

Ahora, están todo el año. Con sabor a cartón o a nada, pero están. Nadie se extraña, todos los compran… nos hemos acostumbrado. La vida hoy es rápida, sin tiempo para saborear, cocinar y menos pensar de dónde viene lo que me estoy metiendo a la boca. Pero puede ser distinta. Esa tendencia, que hoy es un movimiento con más de 100.000 seguidores en el mundo, se llama Slow (lento), su símbolo es el caracol y nos invita a parar.

Convoca a tomar una pausa, a recuperar el placer de disfrutar la comida, usando nuestros sentidos y eso requiere tiempo. Tragarse unas papas fritas con hamburguesa en 10 minutos y con las manos repletas de bolsas para luego seguir comprando en el mall, no es el modelo. De hecho, fue la apertura de un local de comida rápida en Roma, lo que empujó al italiano Carlo Petrini, amante de una vida más reposada y una buena sobremesa, a remar hacia el otro lado, en 1986, iniciando un movimiento que ha ido más allá de lo que seguramente él mismo imaginó.

SI QUIERES CAMBIAR EL MUNDO, PARTE POR EL MENU

Slow Food aboga por comer con conciencia. “Si quieres cambiar el mundo, parte por cambiar tu menú”, dice un seguidor en la web. Porque es una idea, una forma de comer y una forma de vivir. El supermercado nos ha hecho creer que podemos comer de todo, todo el año. Error. Podemos hacerlo, pero a un altísimo precio, alterando los ciclos naturales de la tierra. “La demanda de la humanidad excede en cerca de un 50% la capacidad regeneradora del planeta”, dice el Informe de Planeta Vivo 2012 de la ONG Fondo Mundial para la Naturaleza, (WWF, sigla en inglés).

La mayoría de los alimentos del ‘super’ han viajado cientos de kilómetros para llegar a tu plato, con gasto de combustible y huella de carbono incluidos. Porque sí, lo que entra a nuestra cocina tiene que ver la economía y un sistema agroalimentario mayor que deja a casi mil millones de personas en situación de hambre y ha reducido la biodiversidad. La manipulación genética de las semillas se defiende porque terminará con el hambre en el mundo; se siembran millones de hectáreas de monocultivos como soya y trigo que, en realidad, sólo satisfacen la demanda de la agroindustria, perjudicando los cultivos tradicionales y los pequeños campesinos que muchas veces son obligados a migrar a la ciudad.

Lo que comemos tiene que ver, cómo no, con el medioambiente, que recibe la contaminación por pesticidas y herbicidas que utiliza la agricultura de gran escala y, por supuesto, con la salud de todos, porque esos tóxicos llegan finalmente a nuestra mesa.

Entonces, “slow” está por el consumo de productos locales, agricultura a pequeña escala -sostenible y responsable con el medio ambiente- y con el pago justo a sus productores. Sólo así se puede tener biodiversidad alimentaria. En los últimos 35 años, según informe de WWF, el planeta ha perdido el 30% de su biodiversidad (flora y fauna) y la huella ecológica se ha duplicado. Por ello tampoco es “slow” la consigna detrás la publicidad: “compra y tira”.

En Europa cocineros famosos como Jamie Olivier y otros se han sumado o han sido punta de lanza de esta tendencia utilizando sólo productos locales y de temporada. Incluso hay restaurantes y ciudades que son slow.

Una campaña que va en el mismo sentido, de respetar el medioambiente y usar la racionalidad en los recursos, es “Ni un pez por la borda”. Aunque se inició en Gran Bretaña bajo el lema  “Fish Fight”, se ha expandido rápidamente e insta a reformar la política pesquera de la Unión Europa que hoy, por pescar más de lo que se consume, devuelve al mar 1.3 millones de toneladas de peces heridos y muertos; comida cuando gente que sufre hambre y contaminación para los océanos. Desgraciadamente no solo ocurre allí (aquí hay fotos de los que ocurre en las costas occidentales del Sahara).

No hay que firmar ningún manifiesto para abrazar esta forma de vida. En todo el mundo hay comunidades -también en Chile- que incluyen alianzas entre agricultores y consumidores. No se trata tampoco de comprar solo “orgánicos”, cuya certificación no está suficientemente garantizada y muchas veces los precios son excesivos. Quizás sólo basta un poco de sentido común. De sacar el pie del acelerador, de pensar, de mirar el entorno, disfrutarlo y cuidarlo, ¿quién dice que hay que ser uno más de los que corren todo el día? Y volver a saborear un buen tomate sólo en verano, como antes.