Historias inspiradoras: Héroes de 2013

Dos destinos muy distintos, pero emparentados: ambientalistas y activistas. Uno, Jairo Mora, 26 años, murió asesinado por defender los huevos de las tortugas baulas en Costa Rica. La otra, Miranda Gibson, una joven profesora y activista, que se pasó más de 450 días viviendo en un árbol a 60 metros del suelo, por defender antiguos bosques de Tasmania y ganó su batalla.

Miranda Gibson subió a la copa de un eucalipto de 60 metros en Diciembre de 2011 en signo de protesta y, al mismo tiempo, para concientizar y llamar a las autoridades a proteger una extensa área de antiguos bosques de Tasmania, Australia.

Vivió allí todo el año 2012. Desde las alturas escribió un blog relatando su experiencia en un computador alimentado por paneles solares (“escuchaba las motosierras a mi alrededor y los árboles que caían… me preguntaba si mi presencia allí podría salvar ese bosque…”). Y sólo bajó de allí cuando, en marzo de 2013, incendios forestales amenazaron su seguridad. Pero siguió su campaña desde el suelo.

Para entonces ya se había logrado parte de su cometido: que parte de las áreas de bosques originarios de viejos árboles grandes, 170 mil hectáreas, pasaran al listado de Área Silvestre de Tasmania, Patrimonio de la Humanidad, decisión que es responsabilidad del Centro del Patrimonio Mundial, pero a partir de la propuesta del gobierno australiano.

El logro no es menor. Estuvo antecedido por tres décadas de luchas entre ecologistas, la industria forestal –que insistía en talar en nombre de ciertos progresos- y el poder político.

Refiriéndose al triunfo, Gibson señaló: “Si no fuera por las personas que pararon esto en la últimas décadas, muchas partes del bosque ya se habrían ido… (esto) es testimonio de la fuerza de la comunidad que hemos sido capaces de lograr”.

The Tasmanian Wilderness World Heritage Area tiene la mayor concentración de bosques de eucaliptos nativos de gran altura -más de 110 metros, de las especies más altas, sino la más- , en el mundo. Tienen una vida media de 400 años, pero cuando caen sus troncos siguen sustentando una rica variedad de formas de vida en el piso, por varios siglos. Se encuentran en zonas montañosas y cuando son afectados por incendios sólo vuelven a crecer a partir de semillas, demorando 20 años en alcanzar madurez. La zona es el hogar de raras criaturas, entre ellas el famoso demonio de Tasmania.

POR HUEVOS DE TORTUGA

Jairo Mora tenía 26 años y apareció muerto el 31 de mayo de 2013 en la misma playa donde luchaba contra los saqueadores de huevos de tortuga baulas, especie gigante en peligro de extinción que puede llegar a medir dos metros y que acostumbra a anidar en Moín, costa del caribe costarricense.

Los reportes policiales al comienzo señalaron el robo como móvil del asesinato, a pesar de que del jeep en que se movilizaban el ambientalista y cuatro activistas extranjeros esa noche no sacaron nada. Tras dos meses sin sospechosos, pese a que Mora había recibido amenazas de muerte y reclamado protección, detuvieron a más de ocho sospechosos, que se dedicaban a comerciar huevos de tortugas.

Mora solía patrullar en su jeep esa zona oscura, mezcla de playa y bosque, cercana a caseríos pobres, donde el negocio de huevos de tortuga está altamente mezclado con el tráfico de droga. El joven trabajaba para la organización Widecast, que tras su asesinato se ha limitado a hacer seguimiento a algunos nidos documentados por Mora y a los huevos que él mismo había resguardado. Sus colaboradores tienen miedo de continuar la labor conservacionista.

Y es que ésta implicaba persecuciones por llegar antes que los saqueadores a los nidos, enfrentamientos, amenazas, balaceras. “No había una sola noche en paz”, recuerda hoy una colaboradora y amiga de Jairo en entrevista con El País: “Trabajamos con las uñas, sin apoyo de la Policía ni del Gobierno, enfrentando a esa gente que tiene todos los recursos. Ahora ellos, los depredadores de tortugas baulas, van ganando la batalla. Se quitaron de encima a Jairo, que era un gran obstáculo porque no se guardaba nada. Conocía mejor que nadie las tortugas y la playa. Por eso se fueron directo contra él”, dice.

Una tesis apunta a que los asesinos habrían cometido el crimen por venganza, tras la denuncia del joven a la policía. Lo cierto es que la muerte de Jairo Mora fue lamentada primero por Naciones Unidas antes que por el gobierno costarricense, incluso se hizo presente un relator del organismo internacional.

Las ONG ambientalistas -que en conjunto ofrecieron recompensa por información sobre los asesinos, que no tuvo respuesta- esperan que el gobierno declare zona protegida la playa de Moín. Pero es difícil, antes que la supervivencia de las tortugas baulas hay intereses petroleros, portuarios, turísticos e inmobiliarios en esa parte de la costa.

Los detenidos están en prisión preventiva, pero sin cargos formales a ocho meses del crimen, en un país con un discurso altamente conservacionista y donde parte del negocio turístico es asistir al verdadero espectáculo natural de desoves. Allí donde Jairo Mora logró contar casi 1.500 nidos en 2012, que a los saqueadores les pueden reportar 100 dólares por nido… “un paraíso dejado a su suerte”, lamenta la amiga del joven muerto.