Los “engañosos” biocombustibles

Producto de la deforestación y la demanda de tierras para uso agrícola no destinadas a alimentación, que deriva en el alza de precios de los alimentos e indirectamente en el hambre en los países pobres, éstos no son bien vistos por los ambientalistas. Además, sumando y restando, generarían los mismos gases efecto invernadero que los combustibles fósiles.

El viernes recién pasado la Unión Europea (UE) informó que estudiará aumentar hasta casi un 50% sus propuestas para el uso de biocombustibles basados en cultivos alimentarios. Esto es subir la cuota de los 4.7% actuales a 7% para 2020. Suena de lo más ecológico. Pero los activistas advierten que el impacto total de éstos en el medioambiente puede ser peor que el generado por combustibles fósiles, como petróleo y carbón.

«La participación de energía de biocombustibles producidos a partir de cereales y otros cultivos ricos de almidón, azúcares y oleaginosas no será superior al 7% del consumo final de energía en el transporte en 2020″, dice parte del borrador que han estado negociando las naciones para fijar la cantidad de biocombustibles dentro de las cuotas que permitan alcanzar los objetivos de “energía renovable”, autoimpuesta por la UE.

En 2009 la UE se fijo una meta de 10% de combustibles de fuentes renovables y la forma más fácil de alcanzarla es incluyendo biocombustibles. Sus defensores dicen que generan menos carbono, pero tanto parlamentarios como ambientalistas señalan que se olvida la contribución adicional de gases de efecto invernadero por el cambio indirecto del uso de suelo: sólo por este ‘concepto’ podría producirse el mismo CO2 que generan entre 14 y 19 millones de vehículos de aquí al 2020.

Para evitar la destrucción de selvas tropicales, hay regulaciones sobre qué tipo de suelo puede usarse para cultivo de biocombustibles, pero se olvidan los efectos sobre la demanda de tierras agrícolas que hacen subir el precio de los alimentos. En cambio, piden que se consideren los biocombustibles basados en algas y residuos, que generarían menor huella de carbono y utilizan menos agua.

Incluso se habla ya de ’buenos’ y ‘malos’ biocombustibles, éstos últimos dispararían la deforestación, aumentarían el CO2 y tendrían un impacto en los precios de los alimentos, lo que vendría siendo sinónimo de hambre en los países más pobres. Eso, sin considerar la gran cantidad de agua requerida, la degradación del suelo por uso de químicos y los ‘acaparamiento de tierras’, situación ampliamente denunciada y que obliga a los pequeños agricultores a abandonar sus tierras.

Las grandes beneficiadas con los biocombustibles son las grandes industrias del agro, que tiene posibilidad de “expandir su horizonte de ganancias… sin incurrir siquiera en gastos de exploración o explotación de la industria petrolera”, se plantea en medios ambientalistas.

El modelo de monocultivo, tan denostados porque destruyen la biodiversidad agroalimentaria, es el mismo que utiliza la industria del biocombustible. Entre los más usados están el bioetanol en base a caña de azúcar, remolacha y cereales; y el biodiesel generado a partir de aceites vegetales, como palma, soya, canola o girasol.

Hay que recordar que una de las zonas más deforestadas del planeta es la Cuenca Amazónica (un tercio de la deforestación mundial, 64 millones de hectáreas entre 2000 y 2010), buena parte a manos de monocultivos principalmente de soya.